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lunes, 16 de junio de 2014

Primera República

En estos últimos días algunos políticos hablaron de iniciar una segunda república.
Propongo, humildemente, defender nuestra Primera República, la que se conquistó con sangre y fuego.
Es ésta primera República la que abrió el país a la inmigración, dio estabilidad. Permitió que MILLONES, sí, millones, de desamparados de todos los lugares del planeta, pudieran labrarse un porvenir y ser, por primera vez en generaciones, propietarios de un palmo de tierra o de una vivienda.
Ser, por sobre todas las cosas, hombres y mujeres libres, dueños de su propio destino y no súbditos de nadie.
Un plan generoso educó al soberano y brindó una plataforma de igualdad de oportunidades.
No había en ese entonces una escuela para ricos y otra para pobres, ni hospitales para ricos y nada para pobres.
Había un sistema educativo que albergaba a los ciudadanos de todos los pelajes y el Hospital Público era para changarines y ministros.
Sólo un golpe internacional como la crisis de 1930 pudo voltear esta república.
Únicamente una situación nefasta, armó este entramado de privilegios, y la desesperanza para millones de desahuciados.
Nuestra primera república, creó un sistema que permitió el acceso a la propiedad de viviendas, comercios y tierra a millones de argentinos.
La que hizo de la educación pública la gran vara igualadora. Con sus escuelas normales, nacionales, comerciales e industriales; y su primer Jardín de Infantes en Paraná en 1884. Donde Rosario Peñaloza inaugura el cuarto (¡cuarto!) jardín de infantes, en La Rioja, muy pocos años después.
La  República que hizo que millones de personas supieran leer y escribir y con esas herramientas aprender a defender sus derechos.
La que construyó un Estado para la Nación Argentina, ocupó el territorio, y a principios de 1916, edificó, como simple ejemplo, el Instituto Malbrán, con sus mármoles y sus científicos.

La que supo que la Constitución sirve para defender a los habitantes de sus gobernantes circunstanciales y no para proteger privilegios de ricos y jerarcas.
La Constitución se diseñó para que el pueblo sea mandante y sus mandatarios deban rendir cuentas. Lo que hoy no sucede.

Hubo una República que entendió que el negocio material es vender y reinvertir las ganancias, para la prosperidad familiar y nacional.
En un país, vender es exportar. Y el fruto de ello debe ir, la mayor parte, al que hizo el esfuerzo –propietarios, trabajadores, contratistas, profesionales, transportistas-, y el resto (los impuestos), a construir puertos, ferrocarriles, escuelas y hospitales  y juzgados.
Sólo a través de la exportación y la integración al mundo, seremos prósperos y creceremos.

Numerosos compatriotas distinguimos lo que está bien de lo que está mal, lo que procura el bienestar general y lo que lo daña.
Ciertos conciudadanos, se corrieron de este lugar, aceptando lo inaceptable, a cambio de alguna ventaja material, por lo general, efímera. Se fueron a un lugar al cual no tenemos ningún interés en seguirlos. Porque daña nuestra dignidad y porque sabemos que de ahí, se vuelve cada vez más pobre.
Empobrecidos y con la dignidad rota. No es muy buen negocio.

Yo no me voy a mover de aquí. De dónde existe brújula y coordenadas.

Invito a imaginar la restauración de la República. De la Primera.